Rafael Barsky por Magdalena Lutteral


Lo reconozco caminando por la vereda media cuadra adelante mío, llegando puntual a la hora pactada al taller. De golpe frena, se da vuelta y así me espera para entrar…. ¿Me percibió? ¿Cómo se dio cuenta que estaba allí?
Esa sensibilidad se ve en su obra… intuitivamente se deja llevar y fluir. Dice estar tranquilo y que no quiere forzar nada. ¿Será por esto que le cuesta dar por finalizada una obra? “Capaz la sigo…”, me dice.
Sus dibujos nacen del azar. Mientras viaja en colectivo sujeta suavemente una microfibra y la apoya sobre una hoja en blanco. ¿El resto? librado al tránsito, los semáforos y los baches de las calles de la ciudad, que lentamente van componiendo un sinfín de líneas entretejidas. Va intencionando y anticipando los movimientos para poner el recurso a su disposición. Las interpretaciones son miles y le interesa que puedan ser vistas rotando el papel en sus diferentes sentidos.
Lo mismo le sucede con las pinturas.
Me las muestra sobre el piso: “quedarían mejor arriba de una mesita baja o una tarima”, pero no menciona ni clavos ni cinta ni caballetes. Son para ser vistas desde arriba… e incitan a ser recorridas como si fueran esculturas.
Turquesa, amarillo… poco y escondido, pero se encuentran… y también otros, que asoman entre los diferentes grises. Pero hay que encontrarlos y eso depende de uno. No le interesa seguir sumando a la figuración y me explica “ya hay suficiente registro de las cosas”.
Son como un juego. Él dice reconocer paisajes y personajes de Moby Dick, libro que ha estado leyendo, pero afirma que no le interesa que todos veamos eso. Ese es Su juego personal, y así, que cada uno juegue el suyo. Entonces sin más, tiremos el dado para ver quién empieza.