Felicitas Novillo, por Soledad Lavagna. 5/12/12


El mundo de los mortales se divide entre quienes creen en un ser superior,
los que nunca rindieron ningún tipo de culto religioso en su vida
y aquéllos hombres que han perdido la fe en Dios.








La niña recién nacida, a quien la suerte y la felicidad le acompañarán, pintará caprichosamente bestias indomables y  peregrinaciones de masas blancas convertidas en un solo cuerpo en movimiento. Pero  también esbozará  miniaturas suspendidas en un plano blanco, perdidas, sin un espacio que las contenga, relacionadas con el vacío. Y otra vez más, el capricho: una fría masa de cemento, dispuesta entre crecidas plantas en un lugar incierto.

Ella explica que la pintura no refleja la realidad tal como la entendemos, que puede hacer lo que quiera: cortar allá, poner acá. Entonces, la pregunta obligada es por el espacio y lo que allí acontece. Ella dice la palabra "sugerencia". ¿Qué debo considerar cuando mire tus cuadros, Felicitas? "El clima. Mirá lo oscuro, no se sabe qué hay, pero se intuye: mirá los reflejos", murmura.

Luego  habla de la convivencia de distintos sucesos, cómo hacerlos habitar en un mismo lugar, de los diferentes puntos de vista y de escala, de la superposición de escenas (de lo topológicamente superpuesto), de la proximidad de los acontecimiento discontinuos, aunque emparentados, lo que permanece inalterable a pesar de las sucesivas transformarciones , de lo  no mensurable  y de lo utópico (es decir, de un mundo alternativo, pero aquí me refiero a una utopía poco deseable.)

También señala el interés por los segundos planos y lo que va sucediendo a pesar nuestro, como la canción que suena allá a lo lejos. Sí, el llamado de atención está puesto sobre los segundos planos. Entonces pienso que lo que importa siempre es el fondo, lo que se nos escapa, lo que no detectamos a simple vista. Y he aquí la explicación: no tiene que ver con las formas, tiene que ver con nosotros, con la búsqueda en los lugares equivocados, con las cosas que seguimos acomodando en el territorio de la poca importancia cuando en realidad deberían salirse de allí, mudarlas del último cuarto abandonado hacia la entrada de la casa y abrir la ventana para que les dé luz. (dicen que con el tiempo logramos ajustar esta mirada y comprender un poco más todo esto pero lo cierto es que cerrar un duelo puede llevarnos más de diez años).

Y  vuelvo a la imagen. Se me hace imposible no centrarme nuevamente en ese cuadro, imposible no caer en la hipnosis de la montaña, de aquél collage de noche pesada, de ovejas-estratos, de los corderos-cimiento, de una base que se dirige hacia adentro y una mancha barrida que ya ha perdido su rostro oscuro .

“El comienzo siempre es desde lo ínfimo. El detalle me lleva a la pintura. Al igual que la vida, ella no debería tener boceto porque las escenas nunca están dadas. Yo busco la sorpresa", dice la artista, mientras cierra los ojos y eleva la mano izquierda señalando el lugar por donde empezó  a pintar.  "Sí, hay que enamorarse del detalle".

Sobre el tiempo Felicitas intuye algo referido al pasado. Entonces imagino las ruinas que sobrevendrán  y algo relacionado con la melancolía. Ella insiste en que ese tiempo es posible pero verdaderamente nunca anhelaría estar en un lugar donde las partes no se puedan reconocer, como mínimo me haría temblar. ¿Serán modos de celebración?  Y si atravieso la masa, ¿qué me espera? Ellas, ¿de dónde vienen? La pintura ¿a dónde nos lleva? 

El desconcierto del rito, el ir hacia el otro lado. Quisiera que no estemos tan ajenos, tan lejos de descubrirlo.