Borges dijo alguna vez que "un libro es cosa entre las cosas", un objeto en un estante, algo que sólo se convierte en lectura cuando un lector, un humano de carne y hueso lo selecciona, lo abre, lo lee, lo elige, lo posee y finalmente, empantanado en el texto se olvida de su propia esencia y se entrega la juego apasionado de reescribir significados e ideas. Cuando ese enamoramiento se produce, justo en ese instante en que, como dice Sartre, "el texto encuentra a su lector" y ambos como amantes se devoran, el reloj cambia sus distancias, el alma se despega de las costillas, uno se exilia de las urgencias cotidianas y el paisaje entra en la doble dimensión de lo universal y de lo estrictamente personal, único, irrepetible, irrenunciable. La libertad más absoluta. La imaginación y el límite se funden. Cuando ello sucede el deseo es irrefrenable y el éxtasis una isla posible.

¿Cómo contagiar esa urgencia? ¿Por qué socializar este placer puede resultar necesario?

Graciela D´Lucca de Bialet