Iván Morales





                                          















                 




Iván Morales sueña con los angelitos. En vez de alas, aparecen con forma de cilindro y esfera; en lugar 

de aureolas en la cabeza, los ángeles de Iván son iluminados por un halo que recorre todo su cuerpo, 

al igual que una corriente de electricidad o un círculo alrededor del sol, que predice el aguacero o 

temblor. Lo diáfano de estos ángeles se reserva entre la simpleza de la forma y los colores tierra, como 

el vado de un río o la arena de un desierto. Ya lo dijo un pintor muy conocido hace mucho tiempo, 

“todo en la naturaleza se modela según la esfera, el cono y el cilindro”. 


En las pinturas de Iván, entre cilindro y esfera, aparece el ojo en lugar del cono, que, más que mirar, 

son observados desde una suerte de amuleto. Si hace millones de años atrás los antiguos egipcios 

utilizaban el ojo como talismán, el artista Iván Morales pinta ojos para sentirse protegido. Ahí están 

los tres –los ojos, el cilindro y la esfera– los ángeles de Iván que, desde el lienzo, lo protegen de 

cualquier mal. 


Tras suplicas y deseos, los ángeles se presentan como epifanía en la búsqueda de algo en falta: ¿salud?, 

¿amor?, ¿dinero? Como toda aparición, es inexplicable de dónde vienen y hacia dónde van. De un día 

para el otro, Iván amanece con el vago, pero fuerte recuerdo, de un ente que aparece entre sus 

sueños. Las inquietudes comienzan a irritar y es poco el tiempo que pasa para que empiece a picar la 

mano, ya sea para un rezo, o, ya sea para un lienzo. Entre pinceladas y manchas, los entes comienzan 

a tener forma de ángeles de guarda y poco a poco, se convierten en una dulce compañía. ¿Y los 

predicadores? Ahí están, entre libros y páginas de internet; las flores de Menghi, las montañas de 

Figari, los colores Del Prete, las mesas de Alÿs, los ríos de O´Keeffe y los curiosos detalles de Emilia 

Gutiérrez. Cada uno de ellos ayudan a construir un lugar para los ángeles de la guarda de Iván. 


Como un santuario que se puede encontrar a la vuelta de la esquina o en medio de la ruta, las obras 

de Iván Morales se ubican entre la nada y el todo, entre la suspensión y lo etéreo ¿Dónde están estos 

pequeños ángeles? ¿Cuál es su lugar? Por suerte, hace un tiempito atrás, un sermón ya advirtió que 

“un ángel no tiene lugar, no tiene precio, no se puede comprar. Un ángel te puede tomar, tomar el 

cielo, y en el cielo bailar”. 


En vez de agradecer a los dioses con cerveza y pan como hacían las viejas civilizaciones del desierto, 

Iván Morales agradece la vida pintando. En lugar de ir todos los domingos a la iglesia, el artista 

aprovecha las tardes o noches y a veces, algún que otro fin de semana, para hacer de su pincel la velita 

a la cual rezar, para hacer de su casa el santuario en el cual refugiar y para hacer de sus pinturas la 

estampita en la cual creer. 


Con amor, Emilia Tessi 



Octubre, 2020