Magdalena Lutteral por Lucía Harari


Lo de criar plantas es una novedad para Magui. Que descubrió que de cada hoja crece una hoja nueva que está acurrucada adentro de la primera. Hace la analogía con la panza, que se les abre para dejar salir otra hoja. Se preparan ahí adentro enroscadas como si no pasara nada, hasta que de golpe están listas y nacen.

En su taller hay 2 clases de estantes: el de los potes de acrílico y el de los potes de cactus y otras plantas sin nombre, que rescata, roba o recibe de regalo.

La pintura de Magui parece haber pasado por las etapas que ella describe de sus plantas: intimidad, oscura y misteriosa; nacimiento fugaz; y finalmente crecimiento, cuando la pintura empieza a escaparse del bastidor y se va a parar a objetos y paredes, igual que las hojas al principio enroscadas, que se desperezan hacia la luz.

Así, sus trabajos de la serie Subyacente representan cavidades oscuras del cuerpo: huesos, músculos y tejidos que se entrelazan y articulan. Prolija y minuciosa, lijaba capas de acrílico, predominantemente rojos, violetas, ocres y negros para que aparecieran los elementos de la anatomía humana.



Pero de un momento a otro, empezaron a crecer brotes entre los huesos. De repente la vegetación afloró, las formas de la anatomía interna se convirtieron en formas externas, y apareció el color verde.

Estos cambios fueron propiciados por ciertos viajes a lugares claves que los ojos de Magui conocieron: de Berlín me cuenta sobre la superposición y los contrastes, de San Pablo de la prohibición de la publicidad y el lugar de los grafitis y de la madre, porque “la publicidad te machaca como tu mamá”, pero de Hawai me cuenta que trabajó en un campo de lavanda en la ladera del volcán que forma la isla y que cada mañana, con mucho olor a lavanda y todo lila, podía ver casi toda la isla y maravillarse de estar en el MEDIO del océano. No sólo eso, el jardinero, dueño del campo de lavanda tenía plantas muy exóticas, aterciopeladas, de todos colores y de tallos muy rojos!

Ahora empiezo a entender esa figura larga que Magui repite, que antes supo ser tendón y hoy parece una víbora venenosa o un tallo dispuesto a desparramar su clorofila eternamente, hasta el horizonte.

Hoy la pintura de Magui resume su propia evolución: la velocidad de la calle, lo gráfico y cool del graffiti y la inmediatéz de trabajar sin boceto, conviven con el detenimiento del tiempo dedicado de taller y el oficio y la solemnidad de la pintura de bastidor.

Magui pinta sus fondos despreocupados muy rápidamente como representando lo que pasa a nuestro alrededor, pero después se convierte en una científica meticulosa para hacer un zoom a una porción de tiempo y espacio en el cual estudiar y pintar ningún suceso en particular, sino la víbora de la vida que detalla con pinceladas con ritmo propio.

Si fueran a la secundaria, sus pinturas elegirian Exactas y naturales.