Juan Matías Álvarez por Laura Díaz



“Cuando Cronos repartió el mundo entre sus hijos, a Zeus le dio el cielo, a Poseidón el mar y a Hefestos lo subterráneo y la oscuridad. Los dos primeros tuvieron la luz, la del día y la de la noche. El último, Hefestos, tuvo que crearla. Y cuando la creó, se hizo herrero y transformador de metales. Allí, en el Hades helado y oscuro, este dios, como el mago del tarot, mezcló los elementos y los valoró encontrándoles analogías y simpatías. En este proceso, inició la purificación de lo impuro: de lo negro de esa noche eterna heredada de Cronos, Hefestos, iniciaba su camino hacia la luz a través de la fragua, fuego siempre vivo para fundir y alear, para ver hervir y oler todos los aromas de los minerales. Y aquí, en el Hades, comienza el ascenso del hombre…”.

Como si de un alquimista se tratase, Juan Matías Álvarez se refugia en ese observar y leer de manera diversa para buscar respuestas a las preguntas espirituales del hombre moderno donde para construirse hay que volver a los inicios, al yo enfrentado a la nada y reflejado en ella.

Sin renunciar a los elementos de base experimental que, consciente o inconscientemente, acompañaron a las partes más irracionales de su tradición familiar, crea objetos que lo habitan todo y no habitan nada, criados en esa confusión donde lo puro y lo impuro se miran reflejándose, construyéndose y destruyéndose.

Se deja seducir por la poética del absurdo en un llegar a ser por el hacer del ser. En la obtención de la pureza suprema por el entendimiento de las cosas, por sus semejanzas e imágenes, por sus analogías y conexiones, por los principios y los opuestos. La igualación de los contrarios, la negación de lo bueno y lo malo o el bien supremo que acaba imponiéndose sobre el mal. Un reír y llorar al mismo tiempo.

La obra de Juan Matías implica la materia como forma, el alma como cuerpo y el acto como potencia. Lo mágico consiste en observar para entender, deteniendo la impureza de una actitud criminal para concluir en la exaltación de la pureza.

En ella, se evidencia la pasión del artista por la experimentación práctica, por la mezcla de sustancias y objetos, por la transformación de la materia, y por el arte del oficio.

Juega con el anacronismo ficticio de manera intencionada para cuestionar la supuesta naturalidad de la cronología histórica, la idea del progreso humano, y de la temporalidad lineal, sucesiva e irreversible. Quizás como genealogía para explicar el presente y sacar a la luz la complejidad de su relación con el pasado.

Combina objetos y una acción, planteando una ecuación que requiere una respuesta. No es otra que la búsqueda de un sentimiento que se explote, se exalte o se subraye.