Santiago O. Rey



La palabra necesario viene del latín necessarius, que designa a lo

imprescindible; indispensable para algo; que forzosa o inevitablemente ha de

suceder, y que se hace obligado por otra cosa, en forma opuesta a lo

voluntario, a lo espontáneo.

En Santiago Rey la acción es necesaria, no aparece irreflexiva ni casual.

Sus obras son el resultado de una búsqueda donde el azar no tiene lugar. Esta

indagación propone para cada una de ellas la dualidad como juego

interminable: el reflejo menos pensado, un sonido inesperado, la utilidad inútil,

significados que no necesitan adjetivo.

Las obras para él son necesarias porque muchas cosas en el mundo no

lo son. Esa certeza lo impulsa a indagar formas, explorar sentidos, construir lo

que debe ser dicho desde la falta o el exceso, la perturbación o el sosiego.

Pero nunca desde la indiferencia, eso sería siempre una reacción letal.

Como herramienta política, como queja, como provocación a un sistema

que Santiago necesita cuestionar. Lo oculto y la falta, lo tachado y lo sugerido,

lo expuesto y velado. En su taller aparecen obras construidas con el tiempo a

favor, exploraciones de materiales y artistas que acompañan esa otra

dimensión donde lo que este sistema impone como necesario él transforma en

superfluo. Y viceversa, claro. En la ciudad hidroespacial de Gyula Kosice los

objetos necesitan estar suspendidos en el espacio. Los de Santiago no

necesitan una mesa, la mesa necesita que ellos se apoyen para anularlos y

ofrecernos así la inutilidad manifiesta de esta cultura del consumo que todo lo

oferta.

La disfalia como monumento. El monumento como falla. La falla como

lobo marino. La secuencia parece infinita, porque lo es.




Marina E. Rubio

16 de noviembre de 2016