Evangelina Aybar (Tita) por Vero Calfat

   




    Como un rito de iniciación descripto por Jung. Evangelina nos invita a bucear a través de sus pinturas en un mundo que de otro modo nos sería imposible visualizar. Nos permite respirar bajo el agua y develar en los lechos de grandes mares, sus rincones más íntimos. El amor, la rivalidad, la nostalgia por los cerros del Cafayate, son algunos de los temas que la animan a pintar.
     Reconoce y cita a su gran referente, Gauguin. Lo sumerge en las oscuras profundidades de sus deseos y recrea mitos representados por el célebre pintor. “La invocación”, “¿De dónde venimos?¿quiénes somos?¿a dónde vamos?” son algunas de las reproducciones impresas que cuelgan con cinta en el taller de Evangelina. De ellas, extrae una figura, un color o la composición general a la cual le reemplaza sus figuras por personas que conoce. Son personas con rasgos originarios del norte argentino, sus familiares o ella misma autorretratada.
     Evangelina cuenta que el impulso de crear estas imágenes surge de la nostalgia que le produce estar lejos de su tierra natal. El ritmo de la ciudad capital la obliga a pensar sobre el sinsentido de nuestra sociedad moderna. Y sólo cuando vuelve a los cerros que la vieron crecer, ese sentimiento se aquieta y se siente en comunión con su entorno.
     Pintar para mí, e intuyo que para Evangelina también, es una herramienta vital. Pintar como pensar, como sentir. La pintura es una extensión de nuestro cuerpo. Para afianzar, recordar y homenajear. Para respirar, aún, bajo el agua.