Mario Guzman por Ana Carucci




MARIO

Cajas, plumas, estampitas, caracoles, mucho plástico y colores brillantes.
Un estante hiperpoblado y mutante recorre todo el perímetro de su casa.
Lo caminamos todo y nos detenemos casi en cada objeto.
Su lugar es como él, alegre y desbordante .
Me cuesta distinguir las obras de lo que no lo son.
Con un ojo poético-científico, Mario colecta y clasifica viajes, barcos, selvas, metales, mares, células, y rituales.
Las cosas rotas y desarmadas llevan consigo la impronta del uso y del tiempo.

Lleva libretas, anota ideas.
Saca fotos.
Encuentra, junta, combina.
Las cosas que otros perdieron o descartaron tienen ahora un hogar.
Casi como un gesto de amor, en sus altares los objetos vuelven a tener una casa, se cuidan, se hacen compañía.
Un nuevo contexto los resignifica y les da una razón de ser mucho más heroíca por poética, ahora son imprescindibles.

Sus pequeñas instalaciones nunca se quedan quietas.
Sin apuro les agrega elementos, cambia cosas de lugar, se divierte.
Las obras no tienen nombre y todas parecen tener partes intercambiables.
Son todas una sola GRAN obra?

A veces reagrupa, ensambla, pega, y aparecen objetos nuevos que quedan así.
Me explica cómo funciona un modulador de tonos escalonados que armó con una guitarra de plástico y muchos cables.
Mario sabe cosas, su operación de acumular es la misma con el conocimiento.

Sacamos de una caja su preciada colección de arenas de todo el mundo que compró por internet a una señora que viajó mucho y etiquetó suelos en frasquitos.
Revolvemos otra llena de moldes que tiró un mecanico dental .
Los nombres de los pacientes escritos en marcador nos dan intriga.
Miramos dientes de personas como si fueramos animales.

Todos los objetos que Mario junta tienen un poco del peso de toda la humanidad, en su simbología y en su historia.
Nos hablan del hombre y de su carrera hacia el conocimiento científico y ritual, en cada obra somos examinados como civilización.

Son objetos poéticos, son experimentos, son collages y son documentos.